El verano que mi madre tuvo los ojos verdes

Novela
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Mediana
Novedad: 
Biblioteca: 
Biblioteca Rafael Azcona
Signatura-: 
CL-0099

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes / Tatiana Tibuleac ; traducción del rumano a cargo de Marian Ochoa de Eribe.-- Primera edición en Impedimenta: marzo de 2019.  --  Madrid : Impedimenta, [2019]   --  © 2019. 
247 páginas ; 20 cm. 

Alesky, nuestro protagonista y peculiar narrador, está lleno de resentimiento. Desde bien pequeño siempre se ha creído fuera de lugar, un hijo no deseado en aquel núcleo familiar a la sombra de una hermana adorable que, por desgracia, fallece siendo una niña. Y lo cierto es que en realidad nunca se ha sentido querido. Para él, su padre es el ausente, el que nunca está, el que un día hizo las maletas y se largó de casa. Esa figura fantasmal contrasta con la que Alesky tiene de su madre, la cual queda bien clara desde el primer párrafo, desde el mismo arranque de la novela en el que leemos lo siguiente: «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento.» En tan sólo cinco frases Ţîbuleac ya nos ha presentado casi en su totalidad a quien va a ser nuestro acompañante durante todo el libro. Un adolescente cuyo odio hacia la figura de la madre es casi enfermizo, que además tiene problemas psiquiátricos – los cuales acentúan su virulencia en el momento en el que deja de tomarse la medicación – es mal estudiante y cuya única preocupación es seguir perteneciendo a la pandilla de amigos con las hormonas aún más revotadas. Un joven que no oculta su enfermedad y que observa a su progenitora desde una mirada alterada y desquiciante. Ante un espejo deformado que le devuelve el reflejo de alguien malvado y poseedor de todos los defectos posibles. A medida que nos adentramos en el relato – y más a partir del momento en el que la enfermedad de la madre irrumpe en su vida avanzando galopante percibimos un cambio en Alesky. De pronto ya no le parece tan terrible pasar el verano en un pueblo de la campiña francesa junto a su madre en lugar de estar de juerga con sus colegas en Ámsterdam. De pronto la misma ferocidad con la que la reprendía constantemente adquiere un significado diferente. La locura se torna en devoción y la oscura lente de sus ojos se torna de una lucidez casi mística. Si antes su madre parecía tener muecas de terrible indiferencia o la risa más estúpida del mundo; ahora se eleva como una criatura mágica ante Alesky, una hada de largos cabellos, enfermiza figura y de unos relucientes ojos verdes – los cuales estarán presentes a lo largo y ancho de todo el libro – incapaces de inspirar temor o algún tipo de maldad.